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Ya se que este post hoy, con día otoñal que hace en Madrid, no parece muy propicio. Se me ocurrió la idea en verano, pero desde que hicieron la reorganización de mi Empresa, he estado tan liado que no he podido dedicarle ni un minuto al blog. Algún día contaré lo de esta reorganización porque ha sido muy fuerte.

A lo que íbamos, creo haber contado ya en este blog que procedo de una familia sin grandes recursos, o sea, que éramos más bien pobres, porque no decirlo: vivíamos en un piso alquilado muy pequeño, un quinto sin ascensor para más inri, en el que en invierno tiritábamos de frío y en verano nos cocíamos en sudor.

Además la mayor parte de mis amigos del barrio tenían «pueblo» y se iban a él en verano, por lo que los tres meses de vacaciones se hacían muuyyy largos. Lo mejor del verano eran las expediciones al Parque Sindical, que era la única piscina en Madrid asequible a las clases populares (que fino me ha quedado).

El viajecito empezaba con una caminata por la mañana bien temprano  hasta la estación del metro, cargados como mulas con todos los víveres y pertrechos que se necesitaban para pasar el día completo en la piscina (que eran mucho más de los que se precisan hoy en día, os doy mi palabra).  Tras sudar tinta china en el metro (el aire acondicionado en aquella época evidentemente no existía) llegábamos a Moncloa donde se cogían las «camionetas» (así les llamaba la gente aunque eran autocares donde la mayor parte de la gente iba de pie) que nos llevaban hasta el acceso principal del Parque Sindical.

Para el que no lo conozca el Parque Sindical era un complejo deportivo enorme que inauguró Franco en los años 50, situada en la  carretera que iba a El Pardo, en un entorno de ocio y deporte para ricos: el Hipódromo, el Club de Campo, la piscina Playa de Madrid.  Rodeadas de amplias zonas verdes, campos de futbol y pistas de tenis, se encontraban las mayores piscinas de Madrid, que alcanzaban un nivel de abarrotamiento que me han recordado imágenes recientes de piscinas chinas.

Parque Sindical

Nada más bajar de la camioneta, se emprendía una carrera tras otra, primero para sacar las entradas, y luego para coger un buen sitio a la sombra en la zona arbolada que rodeaba la piscina, que se encontraba bastante distante de la entrada.

Una vez conseguido esto último mis padres inflaban un colchón hinchable que habían traído de Suiza, de su época de emigrantes, y me dejaban allí cuidando de mi hermano mientras ellos iban a alquilar las sillas y las mesas plegables de madera que pesaban como si fuesen de hierro (en el Parque Sindical se alquilaban hasta los bañadores de la época, marca «Turbo®», lo que da una idea del nivel higiénico de la época).

Lo del colchón hinchable  merece un aparte: la primera vez que lo llevaron nos montaron a mi hermano y a mi encima y lo «botaron» en  la piscina grande (que realmente lo es, creo que tiene la lámina de agua más grande de España). La gente no había visto nada igual, aquello era como esos videos donde unos aguerridos expedicionarios entran en contacto por vez primera con tribus del Amazonas o de  Papúa – Nueva Guinea: al principio no se atrevían a tocar el invento desconocido, pero poco a poco se acercaban y quería subirse y aquello apareció pareciéndose al salto de la verja de los almonteños: mi hermano y yo al agua, mi madre intentando ponernos a salvo y mi padre repartiendo sopapos.

Lo de la espera en el colchón cuidando a mi hermano de poco más de un año (yo tendría cuatro) lo recuerdo como una de las cosas más angustiosas de mi vida. Los quince o veinte minutos se me hacían una vida, y no hacía más que pesar que mis padres se habrían olvidado de nosotros o que alguien iba a intentar secuestrar al cabezón de mi hermano. No me extrañaría que mi carácter pesimista y malhumorado se deba a aquellos momentos de angustia y zozobra. 😉

Finalmente llegaban mis padres,  y poco después otros familiares menos madrugadores con los que normalmente quedábamos, y montábamos un campamento que riete tu de los de los que hacen los gitanos en Francia. Era fácil que acabásemos siendo más de veinte de la misma parentela, a cual más escandaloso y gritón.

Los niños pasábamos todo el día en el agua. Ni protector solar ni ostias. Como mucho cuando ya te habías abrasado te untaban con la Nivea esa de la caja azul que pringaba muchísimo y a la que las mujeres de mi familia atribuían propiedades milagrosas.

Al mediodía las madres hacían la comida, y cuando digo hacían quiero decir que la hacían no que sacaban los bocatas. La costumbre era poner un mantel de tela en la mesa alquilada (pobres pero finos, oiga usted), y preparar las mejores ensaladillas rusas que he comido en mi vida, abriendo allí las latas de pimientos, bonito y aceitunas, y pelando las patatas y huevos que habíamos porteado desde el sur de Madrid. Me entra la duda de si preparaban también allí mismo la mayonesa o la llevaban de frasco. El filete empanado a continuación y de postre el melón o la sandía que habíamos grácilmente porteado en las neveras llenas de bebida y hielo. De verdad os digo que admiro profundamente las cualidades porteadoras de mis familiares.

Tras la comida las dos horas de digestión sin poderte bañar no te las quitaba nadie. A mis primas, cuyo padre era más extremista, tenían que esperar incluso más. ¡Menudos lloros cuando nosotros no lanzábamos al agua como si no hubiese mañana y ellas todavía tenían que esperar un rato!

Mientras los padres echaban la siesta, los chavales nos acercábamos a cazar ranas al rio Manzanares (que bordea uno de los lados del Parque) o a ganarnos unas perras gordas ayudando a colocar los bolos en una de las dos boleras americanas al aire libre que existían.

Tras cerrar el recinto de la piscina a las 8 de la tarde, el resto del Parque Sindical permanecía abierto hasta la noche, y allí nos quedamos oyendo las conversaciones de nuestros padres que a esas alturas del día y con la tranquilidad de la tarde invariablemente, derivaban al ámbito político. Posteriormente, en el largo retorno a casa, mis padres me advertían severamente: «de todos eso que ha dicho los tíos tu no diga nada por ahí

Finalmente llegábamos a casa totalmente agotados, cerca de la medianoche.

Y para cerrar esta bonita crónica nostálgica unas fotos del autor y con su adorable hermanito.

¿Porque han quitado los lavapies de las piscinas? Con lo bien que venían para jugar.

¿Porque han quitado los lavapies de las piscinas? Con lo bien que venían para jugar.